11 de Abril
Por Lara Castillo

Hay películas que te hacen reír con incomodidad, otras que te hacen fruncir el ceño en silencio, y unas pocas que logran las dos cosas a la vez. “Sick of Myself", del director noruego Kristoffer Borgli, es una sátira brillante sobre el narcisismo, la cultura de la autoexplotación y el fetiche por el sufrimiento como forma de capital simbólico.
La historia sigue a Signe (Kristine Kujath Thorp), una joven atrapada en una relación con un artista conceptual en ascenso, que decide convertirse en el centro de atención a toda costa. Lo que comienza como una competencia silenciosa por el protagonismo pronto escala en una espiral de decisiones extremas, incómodas y completamente absorbentes. Su plan: inducirse una enfermedad con medicamentos rusos ilegales para convertirse en un "ícono de la desfiguración".
La historia sigue a Signe (Kristine Kujath Thorp), una joven atrapada en una relación con un artista conceptual en ascenso, que decide convertirse en el centro de atención a toda costa. Lo que comienza como una competencia silenciosa por el protagonismo pronto escala en una espiral de decisiones extremas, incómodas y completamente absorbentes. Su plan: inducirse una enfermedad con medicamentos rusos ilegales para convertirse en un "ícono de la desfiguración".

Borgli, con una estética limpia pero perturbadora, construye una comedia negra en clave millennial, donde la necesidad de validación se cruza con los discursos progresistas mal digeridos. La crítica es feroz pero nunca moralista: Sick of Myself no se burla de las luchas reales, sino de cómo se las instrumentaliza en una sociedad obsesionada con la imagen.
Signe es un personaje que se odia tanto como se adora, y eso es parte del magnetismo: verla arrastrarse por la fama en un mundo que premia la visibilidad a cualquier precio es incómodo, pero también completamente reconocible.
Signe es un personaje que se odia tanto como se adora, y eso es parte del magnetismo: verla arrastrarse por la fama en un mundo que premia la visibilidad a cualquier precio es incómodo, pero también completamente reconocible.

Con un guión afilado y momentos de humor tan crueles como efectivos, Sick of Myself se suma a esa camada de películas recientes que cuestionan la performance del yo en la era digital. Es como si The Office, Black Mirror y el cine de Ruben Östlund se hubieran fundido en un solo delirio escandinavo.