13 de Enero, 2024
Por Gala Vicente

Esta semana tuvimos el privilegio de sumergirnos en la oscura visión de Robert Eggers en su remake de Nosferatu. Protagonizada por Willem Dafoe, Lily Rose-Depp, y Nicholas Hoult, esta nueva versión del clásico del cine mudo nos lleva de regreso al terror que la película original de F. W. Murnau generó hace más de un siglo.
En una época saturada de remakes, secuelas y precuelas, el desafío de revivir una historia tantas veces contada podría parecer arriesgado. Sin embargo, Eggers logra inyectar frescura y profundidad a esta leyenda eterna, presentándola como un relato inquietante y perturbador. Es una película que, sin duda, no es para todos, pero quienes la disfruten van a encontrar en ella una obra maestra, al igual que nosotras.

Como todas las historias inspiradas en Drácula, Nosferatu explora el erotismo al mito vampírico, pero lo hace con una crudeza que solo Eggers podía lograr. Este Nosferatu te reta a sentirte atraído y, al mismo tiempo, asqueado por esa seducción. Bill Skarsgård, como Orlok, no busca camuflarse en humanidad; es un monstruo en su esencia, y su actuación nos lleva a un territorio donde la repulsión y el deseo se confunden.

La colorimetría de la película es impecable, jugando con tonos oscuros y fríos todo el tiempo. Cada encuadre está cuidadosamente compuesto con tomas simétricas que brindan una sensación de orden dentro del caos y una satisfacción visual que es difícil de encontrar en el cine moderno.
Eggers logra mantener la atención del espectador durante las dos horas de película, un logro que no puede subestimarse en una era de distracciones constantes. La tensión nunca cede, y cada escena, desde las más silenciosas hasta las más brutales, está cargada de propósito e intención.

El reparto brilla en cada momento. Willem Dafoe, siempre magnético, ofrece una interpretación inquietante y conmovedora. Lily Rose-Depp aporta una fragilidad y fuerza que capturan perfectamente la dicotomía de su personaje, mientras que Nicholas Hoult sorprende con una actuación que equilibra inocencia y desesperación. Y, por supuesto, Skarsgård como Orlok es una presencia inolvidable, transformándose completamente en el monstruo, al punto de que el actor desaparece por completo detrás de la criatura.

Nosferatu no solo es una película; es una experiencia sensorial que explora los límites del horror, el erotismo y el arte cinematográfico. Es una carta de amor al cine clásico, pero también una interpretación audaz que desafía al público.